Cuando el prefecto de Rafael Correa, el hombre del presidente del Ecuador aquí, en Manabí, fue a hacer propaganda a colegio Cristo Rey no sabía que la campaña electoral se la iban a hacer a él. Porque para política (del partido de Dios), ella. Ocurrió hace un año y medio. Fue aquel buen hombre a hablar de lo suyo, pero María José le habló de lo nuestro. De lo (que debería ser) de todos: “Mire usted, señor candidato, que tiene sembrado el centro de Portoviejo de pobre gente muerta de hambre, durmiendo en las aceras. ¿No habría unos dolarcillos, arrascando de tanto cartel y tanta propaganda, para darles algo caliente por las noches?” Y fue así, por derecho y hablándole de tú a tú al político, como la misionera más joven en toda la República, a sus 84 años de edad, ganó para su causa al que hoy es su amigo. Que se gasta la hermana una agenda que para sí quisieran muchos periodistas.
Y fue así donde principian las noches de reparto de comida a indigentes, -algo de arroz, una infusión; apenas algo caliente que echarse a la boca-, de esta esclava sevillana. El padre Giovanni, párroco de la Catedral, es su fiel escudero. Distribuyen de lunes a viernes más de cien cenas por las calles de un desierto Portoviejo en el que a las nueve ya es noche cerrada. Con el prefecto como benefactor y las manos de algunos cristianos que se plantan el mandil cada tarde, María José atempera el estómago y el corazón de un centenar de vagabundos a diario. Todos adoran a “la hermanita” y con ella balbucean un Padre Nuestro, que es la promesa de que no están solos. O, al menos, de que ella regresará al caer de nuevo la noche. Ellos saben a qué prefecta votarían. Lo dicho: para delegada de Alguien, ella.
Patricia G. Mahamud