Camino por callecitas de tierra, entre casas de chapa y madera. Me saludan personas con rostro curtido por la vida y el sol, expresando la acogida que llevan dentro con el gesto de una mano que se mueve en el aire o que se extiende a mi encuentro. ¿Qué quieres, Señor, de mí en esta tierra? Aquí y ahora deseo aprender con ellos, de Ti.

Resulta difícil poder describir los colores de esta tierra. ¡Ojalá supiera pintarlos! El cielo se vuelve rojo cada tarde mientras quema el agua mansa y hace un pulso de belleza con la sonrisa de Alexis, las ganas de jugar de Tadeo o los ojos de Rigo. Me siento tan pequeña cuando los niños me muestran su río, su sol, su pasto para jugar… No saben que mientras me dicen “Profe vení”, soy yo la que repito por dentro tú Andrés, tú Octavio, tú Andrea, eres mi profe.

Los niños me enseñan que AMAR es lo importante y para eso siempre hay tiempo. Son mis maestros de cada día. Con ellos me acuerdo tanto de lo de Jesús, de sus palabras, de sus favoritos… aquí el Evangelio se lee por las calles. Son los niños los que me han ido abriendo por dentro a la cultura de la sonrisa, del abrazo y del disfrute.

Pero la belleza y el dolor se dan la mano en esta realidad. Se me revuelven las entrañas al contemplar sus calles, sus casas y sentir sus nombres golpeando mi pecho mientras la ciudad de

Asunción se extiende detrás de este margen. Sin embargo, algo más grande que yo me orienta a descubrir a mi Señor caminando también por los márgenes de su tierra y eso me devuelve la esperanza. No una esperanza boba, sino fundada en lo que veo aquí cada día.

 

Compartir este voluntariado con la comunidad de jóvenes con la que el Señor me ha enviado, es un regalo. La pasión y entrega de cada uno, me anima al Sí de cada día, un Sí de Esclava. Además, vivir esta experiencia con mis hermanas de Congregación me llena de alegría y se sentido. Estas mujeres de carne y hueso que son mis hermanas, son de verdad un ejemplo de escucha y servicio en esta realidad.

Releo lo escrito y siento que no digo nada. De verdad que no sé muy bien qué contar. Se me mezclan palabras, rostros, colores, emociones, canciones… Siento cada frase como un borbotón que sale de mí, con poco orden, pero mucha verdad. Espero que algo de lo que voy aprendiendo aquí sepa cuidarlo y vivirlo, aunque sé que el Señor y cada nombre de acá, me van a ayudar.

Rocío Pineda, ADC