Obreras de Dios

Recién alboImagenrea el día y ya han comenzado su jornada hace rato. Nuestro despertador berrea a las seis y cuarto de la mañana, y ya vamos desacompasadas: ellas llevan orando desde las seis. Ésa es la hazaña.

El “matabicho” de las siete es tan imperdonable como fugaz. Apurar el último sorbo de café y ponerse en marcha es todo en uno. Son una milicia de paz perfectamente estructurada. La coordinación es su santo y seña.

Siete y media. Arrancan las clases en Santa Teresa, nunca sin antes rezar enfilados en el patio. “Irmã” Carlota lleva las riendas. Poco después, a escasos metros, la hermana Concha abre las puertas del dispensario médico. Está dentro del recinto de la escuela, separado por unos arbustos. En los bancos de piedra, sala de espera cobijada bajo los árboles, ya aguardan las “gravidas”. Algunas con otro bebé atado a la espalda. Sí, es un equilibrio insospechado para una occidental.Imagen

Elisa se enfunda la bata blanca; atiende a una media de diez o doce embarazadas cada mañana. Y mientras, yo hago malabares en el colegio. A ver qué truco saco hoy de la chistera; a ver cómo hago de estos “meninos” mis profesores de Español y yo la suya de Matemáticas… sin volvernos locos del todo. Ellos me ganan la partida. Son listos como ratones.

Siendo la hermana Lily la segunda de a bordo en la “escola”, coordinadora de pastoral, entre otras facetas insospechadas, el peso de la casa recae en Bea y Concha. Hay que pagar facturas, los neumáticos del jeep no se cambian solos; tampoco la despensa se llena por arte de magia, y es menester que venga un electricista porque la bombilla del pasillo está muy rebelde…

Doce del mediodía, “almorço”. Si no te gusta el arroz, -y esto te lo digo a ti, amigo o amiga, que estás pensando en un voluntariado en Angola-, que te vaya gustando. Es la base de la alimentación. Ocurre que estas esclavas saben muy bien que, además de que “servir es reinar”, Dios está entre fogones. Por eso comen (casi) siempre lo mismo, pero nunca igual. La suya es una capacidad insólita para sacar partido a su alacena.

A la una arranca el segundo turno en el colegio. Y entonces yo agradezco a Dios que el dispensario cierre y que Elisa pueda echarme un cable en las aulas. Y aquí ocurren cosas extrañas:

Luanda es tierra de contracciones, si es que alguna no lo es. Cuando sus casas se inundan, los niños de 5 años achican agua con palanganas más grandes que ellos. Lo hacen descalzos y entregados, como hombres en miniatura. Pero a sus 9 años, ponles cartulina y tijeras en la mano. Pídeles que recorten una flor. No saben pintarla; no saben coger las tijeras… con esas manos endurecidas que no saben crear.

La Comunidad se reencuentra en la capilla a las siete. Se cierra el círculo donde empezó al alba. Branca ya ha regresado de sus clases en la Universidad, un día más cerca de ser la pedagoga que sueña ser; la que hará su noviciado en España…

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La cena procura a las religiosas ese compartir que también las alimenta: el viaje de Concha en noviembre a su Jerez, la peripecia de la tarde de “irmã” Bea… Luego unos minutos de Tpa la que quiera (ninguna opción en la tele más allá de la Televisión Pública de Angola, no vaya a ser que alguien piensa diferente), y llamadas a la familia desde la biblioteca.

Y, de repente, como en un suspiro, las nueve de la noche: “Boa noite. Ate amanha”.

Aquí las tenemos. A las nuestras. Y “no en el fin del mundo, sino en otro mundo, directamente”, como puntualizan. Sin trompetear lo que hacen. Sin alardear. Como ovejas en medio de lobos. Prudentes como las serpientes. Sencillas como las palomas.

Patricia G. Mahamud