Patricia escribe desde Ecuador

Querida familia: CIMG0111

Ya sabéis eso de la necesidad de tomar distancia de las cosas que acontecen para analizarlas mejor, ¿verdad? Eso de buscar la perspectiva… La perspectiva para valorar qué hacen las hermanas en Portoviejo yo la he encontrado en Manta. El centro es espectacular; lo sería igualmente en cualquier capital de España. Así que imaginad nuestra gratísima impresión.

Esta otra realidad de niños uniformados, limpios, de libros de texto y estuches repletos, eleva la labor de Cati y Loli en la escuela de Las Cumbres, en uno de los peores barrios de Portoviejo.

Os propongo que reparéis en la naturalidad con la que decimos: “Esta mañana me levanté, desayuné, me duché y me lavé los dientes… y ooootra vez perdí el autobús”. El tono que uno usa para algo tan prosaico. Ese tono. Con ése mismo decid: “Mi marido toma heroína, a veces me alza la mano. Yo estoy un poco preocupada por la niña, hermana. Porque ella está ahí y sabe que él no nos quiere”. Eso, en ese tono que os digo, con la mencionada cría delante, dicho por boca de mujeres como adormiladas, cuarteadas, es lo que escuchan a diario las Esclavas en Las Cumbres.

Aún estoy sobrecogida por lo que vi el viernes. Acompañamos a Mónica, ecuatoriana, trabajadora social de la escuela, a visitar a varias familias de alumnos, todos ellos vecinos del barrio. Ella hace una labor sencillamente excelente. Y cómo será de arriesgada, de retadora, que su propia madre le dice que qué hace aquí, en medio de la mugre. Pasa miedo por ella.

Mirad, yo no había pisado lugares así en la vida, y para ellos esa inmundicia es todo el hogar que conocen: viven en chozas de caña; con suerte, de cemento mal fijado. Con ventanas obviamente sin cristales. Acumulan cachivaches por todas partes, basura en cada rincón. Y el hedor es insoportable. Viene de la parte trasera, de las letrinas que improvisan; de la entrada, de los costados. De todas partes. De los restos de comida que acumulan; de la manada de perros que crían. Os hablo de una única estancia en la que se malvive, acaso con un cuarto aparte, separado con una cortina maltrecha, donde duermen todos los miembros de la familia. Todos con todos. CIMG0043

Estoy esperando todavía conocer a una mamá, -a una sola, aunque sea-, que tenga hijos con un solo marido y que siga con ese hombre. No la hay. Madres abandonadas, rotas y sucias, que te reciben descalzas, melladas y malolientes. Tienen hijos con hombres que, a su vez, tiene más hijos con otras mujeres. Y esas otras pueden ser vecinas en la misma calle. Racimos de hijos desparramados. En Las Cumbres hay hermanos que no se tratan entre sí.

Mirad, lo de la señora Gioconda -22 años, madre de tres hijos ya-, fue petrificante: Mónica necesitaba averiguar por qué nunca jamás va a las reuniones de las mamás; por qué nunca tiene un momento para ir a saludar, a preguntar cómo van los niños. Vive a diez minutos a pie de la escuela. No trabaja, es ama de casa. “Mi esposo no me deja ir, profesora. No le gusta que me miren los hombres y por la calle me van a mirar. Como él tuvo una relación con mi prima dice que yo voy a hacer igual, que no se fía de mí. Por eso no salgo”.

Ajá. Como él le fue infiel, piensa que ella lo será también. Tal cual. La tiene como si fuese suya. Y ese “señor” tiene 34 años. Esa es la juventud de Las Cumbres, los padres de familia de Las Cumbres. Bueno, qué os puedo decir. Yo no articulé palabra. Venirle tú a esta mujer con el tema de la igualdad, así de sopetón, de que tú vales mucho y que te mereces otra cosa… La mata cuando salga de casa. Nos la mata. ¿Cómo cambias eso? Es salvaje.

Lo de la opción por los pobres de las hermanas aquí tiene mucho de locura. La suya es una cordura que la razón no entiende, vaya. Hoy en Las Cumbres, hasta donde muchos taxis siguen negándose a subir, ya no suenan disparos. Pero si ya es temerario estar allí hoy cómo sería hace treinta años. La droga está estrangulando a los jóvenes, triturando no ya su futuro, porque es muy ambiciosa esa palabra, sino su presente. Entre eso, y la música tan machacante, lo raro es que la voz de Dios no se apague del todo.

No os he dicho aún que ando fascinada con el uso del castellano por esta tierra. Qué rica Latinoamérica, de verdad. ¡Qué envidia! Qué vocabulario manejan los críos. Pues no va y me dice un chiquillo de diez años –hablando del bullying estábamos en un aula de Manta-, que hay niños que se portan mal con otros “porque la vida los ha arañado”. La vida araña en Las Cumbres. Prácticamente no hace más que arañar, vaya. La vida no conjuga otro verbo. Ya sabemos quiénes restañan las heridas. O, al menos, lo intentan.

Patricia

Manta, Ecuador. 11 de agosto 2014.