Un proceso de hogar…

¿Qué tal el voluntariado?… Era la pregunta más interrogada por mi familia y amigos, pero que a la misma vez más me costaba responder, puesto que mi visión a lo largo de estas semanas ha sido cambiante, y ahora, que acabamos de aterrizar de esta experiencia, que según dicen nos cambiará la manera de ver las cosas, me atrevo a escribir estas líneas tras un mes y medio donde intentar expresarme se me ha hecho un poco cuesta arriba y donde me ha costado ponerle palabras a las vivencias vividas en Portoviejo, Ecuador.

El día 11 de julio emprendíamos rumbo a nuestra nueva realidad y misión: ser voluntarias del colegio de Fe y alegría de “Las cumbres” del barrio de San Pablo, un lugar que el propio Edu nos describía como : “un sector marginal conocido por su alto índice de delincuencia, alcoholismo, drogadicción y miseria y en el cual un gran grupo de nuestros alumnos tienen que trabajar en la calle vendiendo, cargando o reciclando en el botadero municipal que está ubicado a un kilómetro de distancia de nuestro centro”.

En una de las formaciones previas al voluntariado, Mauge, antigua voluntaria, nos comparaba la experiencia como si fuera una casa desde la que vamos viendo la realidad a través de una ventana, primero desde la planta superior y luego vamos bajando los distintos niveles hasta abrir la puerta principal y abrazar la realidad desde primera persona. Pues bien, esta metáfora me ha ayudado mucho a entender todo mi recorrido personal a lo largo de este tiempo. Recuerdo que la primera semana veía todo con una mirada de turista; como cualquier viaje, tendía a compararlo todo con lo que estaba acostumbrada e intentaba buscar una similitud con cualquier cosa que viera, sin ser consciente que muchas veces las cosas son tal y como las vemos y no podemos encontrar algo con lo que compararlo. Me fijaba en cosas como que todos los autobuses iban con las puertas abiertas, que por cualquier lugar que fuéramos se escuchaba reggaetón, que el cableado era exterior o que la mayoría de las casas estaban “a medio hacer”. Antes de viajar pensaba que esa mirada “eurocentrista” de la que me hablaban en las formaciones no estaba presente en mí, hasta que llegué y me di cuenta que todo europeo por muy difícil que parezca, lleva de manera inconsciente esta mirada intrínseca.
Pasaban los días y yo seguía mirando la realidad desde la ventana superior de la casa, sentía vértigo, sobre todo por la tarea educativa que nos tocaba emprender, me arrebataban las dudas en mi cabeza: ¿voy a ser capaz de enseñar a los niños? ¿cómo voy a conseguirlo si no me he preparado profesionalmente para ello? ¿qué hago aquí si mi vocación realmente es la de ser sanitaria?… pero como una de mis compañeras me dijo: “dudar nos hace crecer” y así fue siendo a medida que transcurría el tiempo. Cada una de nosotras fuimos creciendo poco a poco, siendo gran responsable de ello las oraciones de grupo que intentábamos hacer una vez al día, y en las que yo personalmente, le pedía al Señor que con las experiencias del día a día me ayudara a abrazar el evangelio, que me diera sentidos para sentirle y para que entrara sin miedo en esa casa imaginaria en la que me encontraba, haciéndome conseguir las llaves de todas sus puertas y permitiéndome llegar al exterior de ella.

Poco a poco sentía que iba bajando las escaleras de esa casa, aunque sí que es verdad que al principio a paso lento y más adelante fui incrementando el ritmo. Recuerdo sentirme como un muro, pensaba que venía a hacer mucho más de lo que hacía y que la realidad me iba a remover mucho más de lo que lo estaba haciendo. Sin embargo, en mi interior sentía indiferencia, algo que me empezó a preocuparme y a preguntarme a mí misma si de verdad yo iba ser útil aquí. Pero es cuando vas conociendo la historia de cada niño, cuando le pones nombre, cara y sentimientos, el momento donde todo cambia y todo te empieza a tocar más por dentro, a preguntarte internamente qué necesitan ellos de mí y a dejar la indiferencia a un lado.
Fue alrededor de la tercera semana cuando hice “click”, se rompieron los esquemas que llevaba de España, empezaba a aparecer en nuestra rutina eso de lo que ya nos avisaron en la formación del TIEMPO CIRCULAR. Me costaba entender cómo la gente podía vivir todo el día en la calle, sin tener una obligación fija, sin una estabilidad ni un horario, buscando cómo sobrevivir en el hoy, porque mañana ya se verá.

Contrastaba mucho con el tiempo lineal y ascendente que caracteriza a Occidente, una concepción del tiempo que nos hace tener ambición por vivir más, tener más y consumir más, viviendo por proyectos, intoxicados del futuro y del pasado pero costándonos pensar en el presente. Y es ahí donde me doy cuenta de que nosotros vivimos buscando la eficacia, hacer lo máximo en el mínimo tiempo, mirando constantemente el reloj. Pero… ¿qué es lo mejor?
Seguramente ni la una ni la otra, llego a la conclusión de que lo importante es aprender a ver la realidad a través de una mirada súper lenta, siendo capaz de ir más allá de lo superficial, de lo que deslumbra, pues es ahí donde descubriremos que detrás de cada acontecimiento y realidad hay cosas que antes nos podían pasar desapercibidas. Pues bien, esta mirada nos dará la oportunidad de ayudar, de cuidar, de darse y entregarse, aquí y ahora en lo que nos toca vivir.
Comienzan a pasarse los días rápido, empiezo a sentir esto como mi hogar, ya no siento tanto miedo al salir a la calle, por fin puedo experimentar la sensación de calma y estabilidad en nuestro día a día. Experimento cómo la mirada de turista ha ido cambiando hacia una mirada más de habitante, una mirada que se ha sumergido en una realidad diferente a la que estoy acostumbrada, la siento más cercana, ya la veo desde la ventana situada al lado de la puerta principal. Noto como el vértigo que sentía al principio por la tarea educativa se ha convertido en horizonte, al descubrir que a través de la educación, las personas somos capaces de cambiar y dejarnos moldear por aquellos maestros que nos acompañan en el camino. Me doy cuenta en las clases con cada uno de los niños que para educar sólo hay que amar, que como el propio poema de Ítaca menciona, lo importante no es sólo la meta sino disfrutar del camino; da igual que un niño de primeras no sepa leer ni escribir, lo importante es hacerle creer que es capaz de ello, que no pasa nada si se equivoca y que no se desanime, porque aprender es el único camino que tienen para salir de ese ambiente poco sano en el que viven. Con esto he descubierto que educar es ayudar a crecer a cada persona y que cada una de ellas marca su ritmo, un ritmo que debemos respetar.
Y entonces, suena un “clac”, abro la puerta principal de la casa, contacto con la calle y siento como de repente me llega el calor de una avalancha de abrazos a la salida del receso, encuentro la felicidad en las guerras de cosquillas que acaban en el suelo, en compartir un encebollado con los niños o en bailar el cocodrilo Dante con todos ellos, que me devuelven una sonrisa y me hacen darme cuenta, una vez más, de lo que realmente importa: compartir la vida.
Finalmente, son muchos los aprendizajes que me llevo de esta experiencia, venía con la idea de darme a los demás y al final han sido los demás los que realmente me han dado a mí. Me han enseñado la importancia de los valores, el valor de la educación, de la familia, de la sanidad y del estar orgulloso de nuestros orígenes, pero si tuviera que destacar alguno destacaría el valor del tiempo. He aprendido que realmente “somos tiempo” y por tanto, el tiempo es el mayor regalo que nos podemos hacer unos a los otros, y es que muchas veces pensamos que el tiempo pasa rápido pero simplemente somos nosotros quienes vamos rápido.
También he podido aprender que en este mundo que vivimos, “lo normal” es diferente para cada uno de nosotros, que no sólo existe pobreza material sino que también hay mucha pobreza de valores, que los pobres son los que más celebran y que la sociedad en la que vivo muchas veces se olvida de celebrar, que la sanidad no debería comprarse con dinero aunque así sea en la mayor parte del mundo, que la desinformación lleva a la falta de concienciación, que no hay que vivir como paseante, hay que vivir pensando qué tipo de persona quiero ser y que uno no elige donde ayudar, uno se abre a la necesidad.

Una voluntaria de Ecuador’22